La Medida de la Justa Proporción que Sana
Mi
reflexión hoy la tomo de la oración por excelencia: “Padre Perdona nuestras
ofensas como nosotros también perdonamos a los que nos ofenden”, esta frase es
un compromiso total y directo, una relación que nos propone la justa medida
entre dar y recibir o en otras palabras, en reconocer la proporción que Dios
busca en todos nuestros actos.
Pero
¿qué es dar?, es un acto que implica otorgarnos tal y como somos esperando que
aquello que somos sea suficiente para los demás, para el mundo pero más aún,
para nosotros mismos, porque cuando somos incapaces de vernos y reconocernos,
desconocemos todo cuanto ha sido creado en nosotros y entonces somos como una
jarra vacía, bella posiblemente en el exterior,
pero carente de contenido vivo que transforme e ilumine al mundo; y
cuando hablo de mundo hablo de mi hogar, mi familia, mis amigos, mi comunidad.
Que
tan simple pero complejo resulta entonces pedir perdón por todas las veces que nuestra
humanidad ha sido más fuerte y hemos desconocido, la perfecta creación que somos,
con todo lo que somos y todo lo que no seremos, porque en el diseño de Dios no
hay fallas.
Recibir
por otro lado, parece ser la parte más sencilla de esta íntima relación que
deberíamos poder desarrollar con el mundo. Recibir implica tener la capacidad
para abrir nuestras manos, mente y corazón, para tomar aquello que nos entregan
y hacerlo parte de nuestra historia.
Pero
para recibir hay que tener conciencia que aquello que llega a nuestras manos no
siempre llega en papel de regalo como nos gustaría, sino que es posible que su
envoltura nos haga pensar en mejor no recibirlo. Todas las veces que rechazamos
esos “obsequios” permitimos que nuestro
ego y nuestro orgullo cierren puertas de gran valor.
Descubrir
que tenemos esa incapacidad para recibir con el corazón dispuesto, por darle
poder a nuestra mente para cuantificar y muchas veces esperar más de lo que
seguramente merecemos, no nos permite ver que ya tenemos todo lo que
necesitamos y esa medida esperar ya no tiene que ser una necesidad, por
consiguiente lo tendríamos todo resuelto para disponernos a recibir.
Perdonar
es un acto de tanto valor y humildad que solo hasta que se comprende el valor
del perdón en uno mismo no se dimensiona el poder que tiene en las personas que
nos rodean.
La
mayoría de las veces nos enfocamos en todo lo que podemos hacer desde nuestras
propias fuerzas y en esa carrera que todos emprendemos, muchas veces olvidamos
de dónde venimos, con quien crecimos, quien nos tendió la mano, quien creyó en
nosotros y comenzamos a dañar la fuente misma de nuestra creación.
Caemos
en la rutina de enojarnos y perdonar a medias, de guardarnos el dolor y la
incomodidad de las ofensas en lugar de soltarlas y avanzar, aprendemos a
custodiar el resentimiento como si fuera un bien preciado y conforme pasan los
años, maduramos con toda esa basura haciendo de las suyas en nuestro corazón,
en nuestra mente y en nuestro cuerpo.
Intoxicamos
en pequeñas y medianas dosis nuestro espíritu y nos volvemos expertos en
retener.
Cuanto
nos cuesta reconocer que el perdón es sanador, que libera, que transforma y
limpia, pero no lo concebimos porque vivimos convencidos que dar el primer paso
en la búsqueda del perdón es ceder y mostrar debilidad.
Porque
eso es perdonar, es buscar el amor por encima de todo y de todos, es decidir
trascender, es vivir libre y en plenitud, es encontrar pretextos nuevos para
sorprenderse de la vida en lugar de cargar la vida con un peso excesivo.
Perdonar
es reconciliarnos con nuestro pasado, para despejar el presente y provisionar
el futuro con lo mejor que soy y que podré ser y ese justamente es el
compromiso que todos debemos adquirir para engrandecer nuestras vidas y las de
quienes nos rodean.