miércoles, 8 de mayo de 2019

El Perdón


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La Medida de la Justa Proporción que Sana

Mi reflexión hoy la tomo de la oración por excelencia: “Padre Perdona nuestras ofensas como nosotros también perdonamos a los que nos ofenden”, esta frase es un compromiso total y directo, una relación que nos propone la justa medida entre dar y recibir o en otras palabras, en reconocer la proporción que Dios busca en todos nuestros actos.

Pero ¿qué es dar?, es un acto que implica otorgarnos tal y como somos esperando que aquello que somos sea suficiente para los demás, para el mundo pero más aún, para nosotros mismos, porque cuando somos incapaces de vernos y reconocernos, desconocemos todo cuanto ha sido creado en nosotros y entonces somos como una jarra vacía, bella posiblemente en el exterior,  pero carente de contenido vivo que transforme e ilumine al mundo; y cuando hablo de mundo hablo de mi hogar, mi familia, mis amigos, mi comunidad.

Que tan simple pero complejo resulta entonces pedir perdón por todas las veces que nuestra humanidad ha sido más fuerte y hemos desconocido, la perfecta creación que somos, con todo lo que somos y todo lo que no seremos, porque en el diseño de Dios no hay fallas.

Recibir por otro lado, parece ser la parte más sencilla de esta íntima relación que deberíamos poder desarrollar con el mundo. Recibir implica tener la capacidad para abrir nuestras manos, mente y corazón, para tomar aquello que nos entregan y hacerlo parte de nuestra historia.

Pero para recibir hay que tener conciencia que aquello que llega a nuestras manos no siempre llega en papel de regalo como nos gustaría, sino que es posible que su envoltura nos haga pensar en mejor no recibirlo. Todas las veces que rechazamos esos “obsequios” permitimos que nuestro  ego y nuestro orgullo cierren puertas de gran valor.

Descubrir que tenemos esa incapacidad para recibir con el corazón dispuesto, por darle poder a nuestra mente para cuantificar y muchas veces esperar más de lo que seguramente merecemos, no nos permite ver que ya tenemos todo lo que necesitamos y esa medida esperar ya no tiene que ser una necesidad, por consiguiente lo tendríamos todo resuelto para disponernos a recibir.

Perdonar es un acto de tanto valor y humildad que solo hasta que se comprende el valor del perdón en uno mismo no se dimensiona el poder que tiene en las personas que nos rodean. 

La mayoría de las veces nos enfocamos en todo lo que podemos hacer desde nuestras propias fuerzas y en esa carrera que todos emprendemos, muchas veces olvidamos de dónde venimos, con quien crecimos, quien nos tendió la mano, quien creyó en nosotros y comenzamos a dañar la fuente misma de nuestra creación.

Caemos en la rutina de enojarnos y perdonar a medias, de guardarnos el dolor y la incomodidad de las ofensas en lugar de soltarlas y avanzar, aprendemos a custodiar el resentimiento como si fuera un bien preciado y conforme pasan los años, maduramos con toda esa basura haciendo de las suyas en nuestro corazón, en nuestra mente y en nuestro cuerpo.

Intoxicamos en pequeñas y medianas dosis nuestro espíritu y nos volvemos expertos en retener.

Cuanto nos cuesta reconocer que el perdón es sanador, que libera, que transforma y limpia, pero no lo concebimos porque vivimos convencidos que dar el primer paso en la búsqueda del perdón es ceder y mostrar debilidad.

Porque eso es perdonar, es buscar el amor por encima de todo y de todos, es decidir trascender, es vivir libre y en plenitud, es encontrar pretextos nuevos para sorprenderse de la vida en lugar de cargar la vida con un peso excesivo.
Perdonar es reconciliarnos con nuestro pasado, para despejar el presente y provisionar el futuro con lo mejor que soy y que podré ser y ese justamente es el compromiso que todos debemos adquirir para engrandecer nuestras vidas y las de quienes nos rodean.