Cando hablamos de tentación, estamos generando de inmediato
condicionamientos de tipo religioso, social, familiar, profesional, etc.; pero
la realidad del concepto propone entender más allá de lo que en el exterior se
reconoce como tentación.
La tentación como definición general propone la satisfacción
personal a mediano o largo plazo como consecuencia de una actividad o decisión
poco planeada o de coartar o impulsar a otros en situaciones prohibidas o
restringidas.
Mi propuesta hoy, basada en mi propia experiencia, es entender a
la tentación como una oportunidad para desarrollar un valor de mucha relevancia
en la vida: la voluntad.
Todos buscamos tener la voluntad necesaria para estudiar,
madrugar, hacer deporte, comer sano, y así un sinfín de actividades que
conscientemente sabemos necesitamos desarrollar pero que carecen de poder,
tiempo y priorización a la hora de ser consecuentes en su materialización.
La voluntad, se encuentra entonces un nivel poco eficiente porque
nos hemos encargado de sabotearnos tantas veces que ya ni siquiera intentamos
aquello que anhelamos y deseamos porque de entrada ya estamos preparando el
escenario para el fracaso y surgen las una y mil justificaciones, todas ellas,
coherentes, argumentadas y muy probadas sobre él porque eso a mí no me
funciona.
Las
tentaciones surgen entonces en nuestra vida como esa voz de alerta que emerge
para retarnos, cuestionarnos y desarrollar verdaderos seres humanos capaces de
distinguir lo honesto de lo íntegro, la fuerza y la debilidad, el deseo y las
excusas, el compromiso y la decepción.
No
importa cuántas veces hayamos sido presas de la tentación lo importante es
cuanto hemos aprendido y cuan dispuestos estamos para emprender verdaderos
caminos de crecimiento y fortalecimiento.
La
voluntad no viene dosificada pero si tiene el poder de transformar vidas y de
multiplicarse en otros.
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