La
primera vez que leí sobre Bután y su FIB (Felicidad Interna Bruta), quede
bastante sorprendida de que 4 décadas después se siga usando este modelo como
referencia de que si es posible medir un país, una sociedad, una economía a
partir del grado de felicidad de sus habitantes.
Encontramos
investigaciones y modelos adicionales muy bien ejecutados sobre las fuentes de
esa felicidad, como es el caso del Instituto de la Felicidad de Coca Cola, o la
investigación de Robert Waldinger que le llevo más de 75 años o las
estadísticas que califican a Colombia como un país con altos niveles de
felicidad.
Todos
ellos concluyen 3 aspectos interesantes:
.
Yo soy el
único promotor de mi propia felicidad, así que, eso de que necesito de alguien
o algo para ser feliz, es un cliché social al que en el algún momento le dimos
poder.
.
Fuimos tan
perfectamente diseñados para ser felices que tenemos hormonas que segregan
sustancias químicas que nos sintonizan con la felicidad. (Dopaminas para
movilizar el placer y la motivación, Serotonina para aliviar el estado de ánimo
y endorfinas que literal, producen felicidad)
.
La felicidad
no es un concepto, es en definitiva un estilo de vida que propone e implica,
cuidarse en todos los sentidos (físico, emocional, económico, en calidad de
vida)
Las
definiciones y teorías son variadas, todas ellas perfectamente documentadas y
sostenibles, con resultados y mediciones comprobables y con diversidad de
aplicaciones desde lo personal, familiar, laboral, social, etc. El punto de
partida en todas es un único individuo intentando movilizarse sobre el concepto
para descubrir su impacto y trascendencia.
La
película Henry en busca de la felicidad a mi juicio logró mostrar de una forma
divertida y totalmente lúcida ese movimiento hacia la felicidad donde lo que se
abre a la experiencia no es un proceso, es un hombre reconociéndose único y
comprometido ella.
La
felicidad no es un derecho, no es una opción de vida, ni si quiera es una
invitación, es una obligación tuya y mía.
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