Una sutil invitación al
aprendizaje
Hace
un par de días descubrí que la humildad es un concepto tan poderoso que, si se
contemplara y, sobre todo, se extrapola a la vida cotidiana, sería suficiente para
generar una transformación interesante que propusiera un giro a la sociedad.
El
termino por sí mismo propone la disminución de un ser humano en comparación con
las cosas (materiales, profesionales o espirituales) que posea, es decir, que
usado de la forma incorrecta es jamás verse o sentirse a la altura de otros: y
siendo sinceros, así es como en la vida cotidiana se entiende y se vive el
concepto de la humildad.
Pero
qué pasaría, ¿si le diéramos una interpretación diferente? Para mí, más que ser
clasificada como virtud, debería ser identificada como un estilo de vida
propositivo, libre de estereotipos y lleno de conciencia y claridad sobre lo
que verdaderamente implica vivir.
Alguien
con verdadera humildad comprende que, para dormir bien, esto se puede hacer en
una cama King con colchón ortopédico o en colchón sencillo bellamente acomodado
en una estiba lijada y pintada con cariño.
Que
para cenar a la altura se puede al calor de un rico vino o de una tasa caliente
de chucula artesanal.
Que
una simple pared puede reflejar el gusto de quienes viven allí con un bello
cuadro de Picasso o monet o con hermosos avisos hechos a manos que invitan a
querer lo que comparten.
Que
comprender el valor de cenar en familia engrandece, pero que si no la tienes, y
lo haces con tus amigos, gatos o perros también.
Que
soñar en grande es tan válido como solo soñar, porque el impacto, proyección y
disfrute al final del proceso solo se lo darás tú mismo.
Ser
humilde para mí, implica aceptar con libertad y determinación, esa sutil
invitación que nos hace la vida para el aprendizaje, la experiencia y el
disfrute.
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